ALMA (cuento)

«Cuando yo duermo, Alma despierta en otro plano, en una ciudad solitaria llena de luces artificiales. Y yo despierto cuando duerme ella. Puede que, en algún momento de nuestra existencia, ambos fuéramos un mismo ser; ahora estamos condenados a vivir dando tumbos, buscando nuestro propio lugar en el mundo y, quizás, el modo de reencontrarnos.»

alma - llano©Jonathan Naharro
Diseño de portada y corrección: Jonathan Naharro
Tipo: cuento
Escrito en: marzo de 2017
Imagen sacada de Pixabay

Curiosidad: Este cuento lo redacté para el concurso literario organizado por Ateneu Alba de Cunit, en 2017, del cual gané el tercer premio.

Dedicatoria: Este relato está dedicado a mis profesores de la escuela de adultos Dolors Paul: Ana, Carmen, Ester, Paz y Ramón. De los cuales he aprendido más allá del temario impartido en clase.


Mi alma y yo existíamos en dos lugares distintos, como si fuésemos diferentes seres. Ella habitaba en otro plano, otra dimensión. En una ciudad llena de luces artificiales donde, por más que buscó durante años, no había sido capaz de encontrar a otro ser como ella. Alma dormía cuando yo despertaba en mi propio lado, siempre rodeado de gente y aun así tan incomprendido, y despertaba en su eterna noche cuando mis párpados descansaban. Ella solo quería dejar de estar sola, compartir penas y alegrías, tener la oportunidad de recibir una sonrisa o simplemente discutir por la inconformidad de su rutina. Estoy seguro de que si ella hubiera tenido la oportunidad que yo, al menos, habría intentado no estar sola.

Pero todo cambió una noche sin luna en la que Alma se hallaba frente al mar, al abrigo de sus propios brazos y las estrellas como único testigo. Cansada de llorar, se había puesto a entonar una triste melodía cuando, como salida de un cuento, una voz a su espalda llamó su atención. Alma se giró y su corazón dio un respingo; hacía tiempo que había dejado de buscar y, no obstante, estaba sucediendo: otra alma la había encontrado a ella.

—Creí que siempre estaría sola —dijo la recién llegada, y Alma no pudo más que sonreír y hacerle sitio a su lado, sobre la fría arena. Y juntas, por vez primera, observaron el romper de las olas contra la orilla. Cantaron canciones, y ese infinito pozo de soledad que anidaba en sus corazones, empezó a llenarse de un modo cálido.

Mi vida tampoco fue la misma desde entonces: deseaba con fervor, día tras día, que se acabase el jornal para dormir y viajar como Alma a ese otro plano en el que ya no me sentía solo. Alma y su compañera paseaban cogidas de la mano por la ciudad sin gente, contaban las estrellas del firmamento y sonreían a la luna. No obstante, con el tiempo esos pequeños detalles se hicieron rutinarios, y aunque sé que Alma no habría cambiado ni un instante del tiempo que pasaban juntas, su compañera contaba el paso de los años. Poco a poco, aquellos mágicos momentos se le fueron volviendo insuficientes, y no tardó en mostrar una actitud inconformista.

—¿Por qué no partimos, en busca de otras almas? —preguntaba.

Entonces Alma se acercaba a ella, le acariciaba el cabello y hacía rizos con los mechones en sus propios dedos.

—No necesito más, siempre y cuando estemos juntas —era siempre su respuesta.

Su compañera no quería discutir, por lo que no rebatía su argumento y, simplemente, se dejaba arrastrar por su entusiasmo; por el amor casi obsesivo que Alma le procesaba. No obstante, sospecho que en su fuero interno ella pensaba que Alma tenía, en realidad, un espíritu cobarde.

Más tiempo fue pasando y Alma estaba cegada de felicidad. Era incapaz de ver la tristeza de su amada, ni que el oscuro pozo tenía una grieta por la que se vaciaba lentamente. Entonces yo comencé a temer por la posibilidad de que una noche Alma despertaría y se encontraría sola de nuevo.

¿Y qué haría entonces? ¿Cómo iba a superar mi día a día sin compartir esos momentos? Estaba claro: debía poner orden en mi propia vida. Quizá así Alma dejara de entregar todo lo que ella representaba a su compañera, quizá así ella dejase de sentirse sola, y quizá yo alcanzase mi felicidad; y Alma y yo volveríamos a ser un único ser, como imaginaba que fuimos en algún momento de nuestra existencia.

Pero no resultaba una tarea sencilla. A fin de cuentas, los años de represión hicieron mella en mí. Y estoy seguro de que, si hubiese intentado ponerle remedio al asunto mucho antes, a día de hoy ni Alma ni yo tendríamos nada que lamentar.

Sucede que, cuando nunca has intentado relacionarte, no sabes cómo hacerlo. Y aquellos a los que has dejado pasar no siempre estarán dispuestos a brindarte una segunda oportunidad, por muy desdichado que te sientas. A fin de cuentas, no te conocen, no saben lo que sientes; y gritar tus pesares a los cuatro vientos de poco sirve cuando tu voz no sabe hablar, y de tu boca no salen más que berreos incomprensibles.

—Míralo, parece un niño pequeño —decía la gente que me señalaba acusadoramente con el dedo. Y puede que tuvieran razón. Puede también que su actitud fuese apática, pero no podemos esperar que los seres humanos actúen en contra de su naturaleza. Por injusta que parezca, la sociedad es la que es: una especie de jungla en la que, si no luchas por sobrevivir, serás engullido por aquellos que llevan años abriéndose paso a codazos para encontrar su lugar en el mundo.

Y es algo que aprendí un tanto tarde, y Alma fue la primera en sufrir las consecuencias: cuanto más grande era mi desesperación, más se acentuaban los temores de que su amada partiera en busca de otras almas, y la dejase sola para siempre. Quizás ella podría haber hecho algo al respecto también, puede que si hubiese accedido a acompañarla en su búsqueda, por muy estúpida que le pudiera parecer, hubiese evitado lo sucedido.

Sin embargo, el temor era cada vez mayor y no hizo otra cosa que aferrarse aún más a su amada. La seguía a todas partes, evitaba darle espacio y trataba de llenar los silencios, que con el tiempo se fueron asentando entre ambas, con preguntas y argumentos banales. Pero su compañera dejó de escucharla, se pasaba las noches cantando a las estrellas, mirándolas con aire soñador y ausente. Y Alma volvió a verter lágrimas desesperadas, sabiendo que llegaría la noche en que su amada partiría y ella volvería a sentir ese pozo de soledad, vacío, como un agujero negro incrustado en su seno.

Y así llegó la noche en la que Alma deseó que se hiciera de día para poder dormir, para no despertar; puede que esta vez para siempre.

Y el día se hizo, y tal como se hizo pasó. Yo cerré los párpados con el miedo incrustado en mis retinas y Alma abrió los suyos. Deambuló por la ciudad llena de luces artificiales, buscó y buscó a su amada, mas no era capaz de encontrarla. Preguntó a las farolas, a las estrellas, a la luna…, y no obtuvo respuesta. Así que finalmente se rindió y decidió volver a donde todo empezó: ese lugar frente al mar donde tantas noches atrás ella lloraba con desolación, donde su compañera la encontró por primera vez; donde, quizá, fuese más nítido su recuerdo.

Y fue allí donde la halló. Su amada estaba sentada con la cara echada hacia el mar, de espaldas a ella. Alma sintió un cálido matiz renacer en lo más profundo de su seno, y corrió a su encuentro. La arena le entorpecía los pasos, la volvía más lenta e incluso hubo un punto en el que pensó que jamás lograría salvar las distancias que las separaban. No obstante, al final llegó. Reprimió el impulso de abrazarla por la espalda, y simplemente se sentó a su lado, sin atreverse a mirarla; apoyó la cabeza en su hombro y dirigió la vista a las olas de aquel mar infinito.

Pero algo había cambiado. Su compañera no prestaba ningún tipo de calidez, y el mundo entero se le vino encima cuando por fin decidió mirarla: un puñal atravesaba su pecho, y una vez más las estrellas fueron testigo del abatimiento de Alma. Su amada, allí a su lado, tenía la mirada perdida, sin vida. Había partido y la había dejado sola de nuevo. Quién sabe si con el fin de atravesar el horizonte, quién sabe si con el de unirse a las estrellas del firmamento…

Lloró y lloró aferrada a lo que quedaba de la única alma a la que había amado, aquella a la que había entregado la razón de su existencia. Aquella que la había hecho sentirse completa, solo para después dejarla extirpada.

Yo no tardé en sentir su dolor. Más concretamente, cuando esa madrugada desperté con lágrimas en los ojos. Sentí cómo Alma quería abandonarse a la pena, dejarse morir, pero no se lo permití: decidí luchar contra la tristeza y la soledad y, en ese instante de determinación, ambos volvimos a ser un único ser.

Ahora sé que la pérdida nos pesará de por vida, que la pena no nos abandonará jamás, pues es tan parte de la vida como el respirar. Pero en nuestras manos está llenar de agua cada pozo. Con esfuerzo, dedicación y con la seguridad de que, si empezamos a andar sin mirarnos los pies, seremos capaces de ver y comprender el universo que nos rodea; y encontrar nuestro lugar en esta jungla salvaje.

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